Un profesor de ajedrez, un relojero y un homeópata son los protagonistas de la ópera prima de Natalia Santa. La directora de Bogotá ha hecho historia al ser la primera colombiana seleccionada en la prestigiosa Quincena de los Realizadores del Festival de Cannes, que en el pasado ha seleccionado a autores hoy consagrados como Martin Scorsese, Michael Haneke, Spike Lee y Sofia Coppola. Su película es un homenaje al centro histórico de la capital, inspirado en el trabajo fotográfico del marido de la realizadora, Iván Herrera, que en sus series ha retratado negocios en decadencia que se resisten a cerrar, como el club de ajedrez Lasker. La pareja de Santa también ha ejercido de director de fotografía del filme, al que le ha impreso un tono visual de poso nostálgico a partir del uso de lentes antiguas en una cámara Bolex digital que imita la original de 16 milímetros.
¿De qué manera influyó el trabajo fotográfico de tu pareja en la gestación de este proyecto?
Llevaba tiempo pensando el tema para un nuevo guión y no me convencía nada. En una caminata, Iván me propuso contar la historia de un ajedrecista, pero mi respuesta fue: “Por supuesto que no, ¿qué puede haber más aburrido?”. Sin embargo, recordé su serie de fotos en el Club Lasker. Hablar del ajedrez no me llamaba la atención, pero ese universo, sí.
¿Qué tiene de especial la atmósfera de ese club de ajedrez?
Acuden personajes maravillosos que viven ahí, que reviven en ese lugar. Son señores mayores, pensionistas, pero los sábados de torneo, parecen adolescentes. A través de esa serie empecé a buscar otros universos evocadores y conmovedores. De ahí surgieron los otros dos personajes. El relojero, de otra serie de fotografías donde hay un relojero detrás de una vitrina, con su monóculo. Por último, el homeópata italiano vivía en el centro de Bogotá y acudía a un café muy especial donde también van jubilados. Allí se reunía con un grupo de italianos. Sus imágenes me empezaron a hablar, y empecé a crear historias alrededor de ellos. Decidí, por ejemplo, que el médico era ludópata.
Sin embargo, en la película lo has convertido en español. ¿Por qué modificaste su nacionalidad?
Porque lo volví ludópata, así que no quería que ni por error se sintiera identificado. La verdad es que no tengo ningún vínculo con España. Quería que fuera extranjero, porque la esencia del personaje era que fuera un inmigrante en Bogotá. Pensé en que fuera catalán o vasco, porque quería que hablara otro idioma y eso fuera una barrera más con la mujer con la que vive y a la que no acepta. Pero al final, el actor no hablaba otra lengua y tuve que hacer el sacrificio. Luego, por pura coincidencia, resultó que gran parte del equipo de la película es español: el ajedrecista es colombo-español, su familia es vasca, la chica que interpreta a la ilustradora también es vasca de origen, el sonidista, Juanma López, es de Madrid, el asistente de dirección es colombo español… Así que mal contado era como la tercera parte del equipo.
Has dicho que sentías que los personajes te hablaban. ¿Cómo brotan los guiones en tu cabeza?
Siento que llegan desde muchos lugares. Llevo escribiendo desde hace 20 años. A veces es una imagen la que te inspira, a veces, una frase, una palabra… En este caso fueron los rostros de estos hombres. Después, empecé a ponerles en conflicto y a introducir problemas en el ejercicio de sus profesiones, que son las que los definen. Qué es lo peor que le puede pasar a un ajedrecista: que no pueda competir. Qué es lo peor que le puede pasar a un relojero que lleva años trabajando en un taller: que no pueda vivir de su profesión. Qué es lo que más odia: la tecnología, los chinos, porque no los entiende. La escritura del guión consistió en indagar en esos personajes, en sus miedos, que creo que no son exclusivos de ellos. De hecho, muchos de los miedos que están ahí son los míos. Expuse su miedo al fracaso, su miedo a lo desconocido, y lo sitúe a la cámara como una observadora objetiva.
¿Consideras que tu película es una radiografía del fracaso?
En todo caso, siento que en estos personajes hay un acto subversivo en su resistencia al afán de figurar y triunfar. Creo que la obsesión por el éxito es una enfermedad brutal hoy día y ellos, en ese sentido, son transgresores porque han dado un paso al costado a partir de decisiones que han tomado en su soledad. En ese sentido, el fracaso no lo veo como algo negativo. En mi acercamiento traté de no verlos con condescendencia, porque cuando llegas a lugares como el Lasker, ves a hombres mayores en situaciones muy difíciles. Reparas en soledad, dramas familiares muy fuertes, tragedias cotidianas muy duras, pero ellos no se ven a sí mismos de esa manera. Es la visión que se tiene desde de fuera. Yo no podía verlos con pesar y ellos no podían auto compadecerse. Son personajes que son víctimas de sus propias elecciones. Si el relojero y el ajedrecista no han triunfado en sus profesiones ha sido una elección propia.
Has comentado que tu tesis universitaria sobre Juan Rulfo tiene que ver con esta celebración del fracaso, ¿En qué sentido?
Rulfo hizo dos grandes obras: ‘El llano en llamas’ y ‘Pedro Páramo’, y nunca escribió más. De modo que vivió con la losa de escribir la siguiente gran obra y sacarse el Nobel, de triunfar y seguir escalando. Es el agobio que te da la fama. Imagínate que todo el mundo esperase un pedazo de ti. Cuántos años tuvo que esperar Vargas Llosa. Qué peso tener que esperar 30 años a recibir el Premio Nobel. Por favor, no.